De la noche caían versos negros de amor y alivio. No hubo oscuridad más luminosa, no hubo oscuridad igual.
Todos callábamos. De entre todos apareció su voz de ave necesaria... Cançó da ruixa mantells...
Las aves llegaron al suelo y bailaron. Y bailaron. Y bailaron como si fuera la vez última.
Hacían círculos perfectos como el sol amado y expectante. Nadie daba palabras que no amaran al prójimo mientras ellas danzaban.
Las aves continuaban su danza de amor y alivio mientras la noche era tan oscura que solo las veíamos a ellas. Nunca hubo oscuridad más virgen y luminosa.
Vírgenes sin ceniza en los labios bajaban continuamente del cielo musitando un nombre, un mismo nombre, y nos abrían los ojos. La música descansaba en los ojos.
Yo aprendía.
Decidí mirarte furtivamente para hallarme plácido. Fue así.
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