No hubo nada que dijera o hiciera pensar
que todo se abocaría a esto.
No hubo nada ni nadie.
Fueron abriendo en nosotros pequeñas grietas,
breves heridas en tiempo y espacio
que hoy irrumpen como mares desolados.
Nos deslizábamos despreocupados y alegres
por la infancia.
Reíamos libres.
Nada ni nadie nos dijo ni nos hizo pensar.
Tampoco lo hubiéramos creído.
Éramos ángeles intocables, semidioses.
Hablábamos, corríamos con agua en las manos.
Modelábamos el viento caprichosamente.
Jugábamos en los tejados de los que huían los gatos.
Y todos éramos todos.
Y había una única mano, un único paso.
Nadie, ni nada tampoco, nos dijo ni nos hizo pensar
que todo nos abocaría
a esta sequedad en el cielo de la boca,
a este miedo instalado en el estómago,
a esta habitación sin luna y de pared estrecha,
a esta rara forma de ir poco a poco muriendo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Esta sequedad del cielo de la boca...
ResponderEliminarHay que volver, más que nunca, al tiempo en el que "corríamos con el agua en las manos".
Un abrazo
Ya volví, ya volví.
ResponderEliminarA día de hoy, ríos corren por mis manos.
Un abrazo y gracias por tu visita.