Aún su olor ni se adivinaba
y todos rondábamos la mesa.
Nos mirábamos unos a otros.
Nerviosos.
Ansiosos.
En espera.
Tras el sonar del galanteo
de las llaves en la puerta,
el crujir sereno de la madera
nos traía a papá
tras papeles nacientes y humeantes
empapados de lluvia de aceite.
Y tras él, espléndida y puntual,
mamá,
con los vasos de chocolate susurrante
y con palabras y ojos que hablaban
de la felicidad y el amor.
A mis papás, con todo mi amor.
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Que bonito, la ultima estrofa es esplendida.
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