martes, 21 de abril de 2009

La simiente

No hay virtud en la simiente.
Caducan los susurros.
Los vientres ya no son besados.
Cuesta admitir que somos débiles
y necesitamos.
Por eso siempre estamos detrás
de nuestro rostro.
Y hablamos, hablamos, hablamos
sin decir apenas nada.
Somos extraños. Unos frente a otros: extraños.
Nadie repara en que los jardines y los bancos
tienen el olor de los pasillos de un instituto
durante clases.
Apenas hay virtudes. Pero nadie en ello repara.
Ya, por ejemplo, no nos tocamos al hablar.
¿Quién escribirá poemas sin intención alguna?
Porque sólo esos serán leídos.
¿Quién leerá los poemas
que para revivir escribimos
con pedazos de nuestra espina dorsal?
Nadie.
Los poetas ya no somos útiles.
Porque los versos,
aunque se vendan,
no son mercancía.
Callamos. Pero tenemos miedo
a lo que llega sin nombre.
Hace mucho que tenemos miedo.
Pero seguimos tras nuestro rostro
intentando salir indemnes
de todo esto que desconocemos y nos sacude.
Y para ello hablamos con palabras
que huelen a pasillos de manicomios.
Y corremos en huída de nadie o nada.
Porque nos enseñaron a correr sin más palabra.
Y en ello estamos.
Hoy todo ha devenido a esta ausencia de virtud,
a este corte caudaloso de manos.
Hemos comenzado, voluntariamente, a olvidar palabras.
Así todo será menos amargo.

2 comentarios:

  1. Confirmado, está lleno de dolor. Ya te dije, ya te dije, tal vez la solución esté en tocarnos al hablar. Meternos mano. Nos queda esa oportunidad de salvación.

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  2. Si hay tanto dolor en mi espera...

    Tocarnos al hablar sería un paso. Conversar en lugar de hablar, caminar en lugar de andar, un gran paso.

    Gracias, amigo.

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