De todas las nubes que cruzaron el azul cansado de ser cielo,
Yo abajo,
de todas las que desfilaban distraídas de su labor fértil,
solo una descargó vientres de mujeres.
De todos esos vientres de cantar dulce y femenino
solo uno cayó en las esperanzas de simientes
de la tierra donde reposan los ecos de la voz del viejo,
Yo abajo.
De todas esas simientes expectantes de alas
solo una notó el verbo fecundo.
Allí yo, abajo, observador de la vida única y certera,
supe como llegó la mano descreída del orden y los números,
y, por momentos, como lo hizo la mano caprichosa del universo divino.
Yo abajo,
de todas las que desfilaban distraídas de su labor fértil,
solo una descargó vientres de mujeres.
De todos esos vientres de cantar dulce y femenino
solo uno cayó en las esperanzas de simientes
de la tierra donde reposan los ecos de la voz del viejo,
Yo abajo.
De todas esas simientes expectantes de alas
solo una notó el verbo fecundo.
Allí yo, abajo, observador de la vida única y certera,
supe como llegó la mano descreída del orden y los números,
y, por momentos, como lo hizo la mano caprichosa del universo divino.
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